Me fui a vivir a Madrid en 1999 con la idea de estudiar Comunicación Audiovisual. En aquella época escribía guiones de cortos de ficción, imagino que inspirados en las películas de David Lynch, con una atmósfera entre fantasmal y alucinada, con desdoblamientos y monstruosidades. Pasaban los años y los guiones se iban amontonando, al no disponer de recursos para rodarlos de la manera meticulosa y obsesiva que pretendía. Decidí entonces que la ficción no sería un medio para llegar a un resultado posterior, la película, sino un propósito autónomo. La ficción la formalizaría como narrativa y el cine sería otra cosa, algo que requiriese necesariamente a personas, animales u objetos en espacios preexistentes, donde dar cabida a lo imprevisible y lo azaroso, y donde trabajar además de manera colectiva. | | | | Acabé Europa, mi libro anterior, a finales de 2011 y, aunque no empecé a tomar notas sobre El desierto blanco hasta 2017, la novela conecta con los momentos más oscuros de la crisis. En 2012 y 2013 era habitual que, cada cierto tiempo, se alojaran en casa amigas, amigos o parejas que pasaban una noche en Madrid antes de marcharse a otros países. Todas esas despedidas, toda esa red de relaciones rotas o suspendidas, producían una triste sensación de desarticulación generacional. En aquel momento percibía que estaban dejando de existir muchos futuros en donde estar juntos. El libro recoge en parte una memoria generacional: la de aquella juventud nacida en los ochenta que se vio obligada a salir del país porque no podía vivir en él. El libro se cuenta desde una voz que también ha emigrado, pero ha emigrado en el futuro y por motivos que quizá no sean exclusivamente laborales o económicos. Ese narrador, Carlos, al que se sumarán luego su pareja y su hermano, nos cuenta nuestro presente desde la lejanía. La perspectiva distanciada que me ofrece ese fondo de ciencia ficción me permite hablar de eventos cercanos (que quizá por estar tan cercanos se nos han olvidado) desde una mirada en parte compasiva y en parte ajena. Una memoria histórica del presente. La voz narradora recuerda momentos aparentemente cotidianos de su juventud con la finalidad de reconstruir quizá algo que se le escapó o una emoción con la que reencontrarse. Es un narrador algo elusivo que poco a poco dejará algunas pistas sobre su paradero. Los narradores ambivalentes y algo olvidadizos de Kazuo Ishiguro en Los restos del día o de Gonzalo Torné en Años felices fueron referencias en ese proceso. Todo narrador, en especial si es un personaje que participa de la trama, tiene sus motivos y sus prevenciones: hay cosas que puede querer contar, aunque quizá no sepa cómo hacerlo. O quizá lo que quiere contar realmente no es lo que cree estar contando. | | | | Un atisbo a la influencias de Luis López Carrasco
| | | | - Una inventiva exuberante de mundos insólitos
De adolescente leí mucha ciencia ficción y fantasía, tanto en novela como en cómic; en casa de mis padres había colecciones de Tótem, Címoc, Zona 84 y muchas obras de Jack Vance, Ursula K. Le Guin, Philip K. Dick, Isaac Asimov, Orson Scott Card, Julian May o Marion Zimmer Bradley. En esos libros se desplegaba una inventiva exuberante de mundos insólitos, pobladas por especies no humanas o post humanas organizadas en sociedades alternativas. Años más tarde, al volver a casa, no solo me reencontraba con los espacios cotidianos familiares, también me reencontraba con los espacios imaginarios en los que me había sumergido durante el verano. De todas aquellas lecturas quizá en perspectiva y tono pueda sentir que la escritura de Ray Bradbury ha influido en mis trabajos de un modo más evidente, en especial Crónicas marcianas. | | | | - Incitantes promesas de lo desconocido
Al revisar fotos de esa casa veo también colecciones de Enid Blyton y Julio Verne. Sin duda una novela como La isla misteriosa, que empieza con unos fugitivos huyendo en globo por un mar tormentoso, atraviesa El desierto blanco a lo largo de sus capítulos. La novela se pregunta si el mundo en que vivimos puede amparar ya esas ficciones aventureras, esas incitantes promesas de lo desconocido, algo a lo que apunta la cita inicial de Elias Canetti: «Los antiguos relatos de viajes acabarán siendo algo tan valioso como las más grandes obras de arte, pues sagrada era la tierra desconocida y ya nunca podrá volver a serlo». | | | | © Fotografía de Luis López Carrasco. | | | | - «Nada, que tiene usted razón, que ahora está todo demasiado a mano» (El cuarto de atrás)
Carmen Martín Gaite escribe sobre el carácter reparador o curativo de la imaginación en obras como El cuarto de atrás o Retahílas, y sobre cómo la imaginación está relacionada con la posibilidad de «poner distancia». Esa imaginación, que conecta con un espacio de liberación y juego infantil, permite –en especial en el caso de la generación de posguerra– sobreponerse a la realidad. La imaginación es un refugio, pero tiene también sus propias servidumbres y requerimientos y nos puede conducir a una actitud ensimismada, melancólica o indulgente. Como desarrolla el malogrado Mark Fisher en Realismo capitalista, en un momento en que el sistema neoliberal parece nombrar todo lo existente y el mundo aparece como una realidad concluida y clausurada, sin alternativas, la novela se pregunta cómo imaginar otros mundos sin que estos tengan que remitir necesariamente a acomodados paraísos infantiles. ¿Cómo poner distancia? | | | | - Horizontes al borde de la desaparición
La imagen de portada del libro está tomada de una cuenta de Twitter, titulada «Soft landscapes», un bot diseñado por @v21 que genera paisajes tenues. Estas imágenes de riscos y cordilleras de tonalidades azules o violetas, cuyo horizonte está al borde de la desaparición, me acompañaron en la escritura del libro y me recuerdan a atardeceres de verano en los paisajes desérticos murcianos de las sierras de Carrascoy, Ricote, Espuña o las Moreras. Esa portada me recuerda también al trabajo de Stanley Donwood, colaborador habitual de Radiohead en el diseño de portadas y afiches. Algunos de sus trabajos también han inspirado este libro y nos traen de vuelta al año 2000, año de lanzamiento de Kid A, cuya canción «In Limbo» me acompañó en esos primeros años en Madrid, y que igual puede ser el verdadero punto de partida de esta novela. | | | | Esta semana publicamos el libro ganador del 41.º Premio Herralde de Novela, El desierto blanco, de Luis López Carrasco, quien os escribe hoy en esta newsletter. Una obra excepcional sobre una generación vista desde un tiempo y un espacio ajenos; sobre unos personajes que habitan un extraño territorio que los impulsa a confrontarse con lo que fueron y lo que son. También publicamos la obra que ha resultado finalista del galardón, La reina del baile, de Camila Fabbri, un libro que asalta al lector con la inusitada fuerza de su prosa, directa y sencilla… aunque solo en apariencia. Una narración que nos habla de traumas, realidades y deseos, y que ha sido descrita por Leila Guerriero como «una prosa que parece llegada del espacio exterior». Y, finalmente, esta semana publicamos en «La Bella Varsovia» Soo, de Juli Mesa, el libro ganador del I Premio Ana Santos Payán para proyectos de libros de poesía. Se trata de una «propuesta torrencial expandida entre géneros, que trabaja desde el lenguaje sobre la memoria y nuestro lugar en el origen», en palabras del jurado. Y también publicamos el poemario que se llevó el accésit del mismo premio: Violeta, de Aurora H. Camero, «una escritura profundamente política, engarzada en una constante reflexión sobre la identidad» que nos cuenta el viaje de una vida, en una historia en la que cabe ternura y emoción de aquello que se desea, y al mismo tiempo su crudeza y su violencia. | | | | | «Has ido a buscar las energías de la juventud a un lugar por donde el tiempo no ha pasado, pero donde a su vez ha pasado de golpe. Una mala combinación.» Luis López Carrasco, El desierto blanco | | | | | | Gracias por tus palabras, Luis. Un abrazo, ¡y hasta la próxima semana! | | | | |